Ruta 2024
Una tormenta económica se arremolina en el horizonte de un país que en una semana tendrá la responsabilidad de definir ruta sexenal.
Al igual que con otros temas acuciantes, como la expansión del crimen organizado, la campaña no se trató de las endebles finanzas nacionales, y todo indica que la elección se dirimirá por cuestiones ideológicas que pasan por alto el diagnóstico de los problemas.
El 2 de junio, las y los mexicanos irán a las urnas en una cita donde las opciones con posibilidad real de ganar plantean caminos diametralmente excluyentes, como si no fueran parte del mismo conjunto, de la misma nación.
Si para algo, para eso sirvió la larguísima campaña que el miércoles llega a su fin.
La fuerza que se asume de izquierda, por un lado, regatea legitimidad a quienes no integran su coalición, sean oposición, órganos autónomos, poderes estatales o de la Unión. Morena se asume monolíticamente: es el movimiento-partido-gobierno.
Los opositores son el resto. Decirlo así conlleva reconocer que el oficialismo logró su propósito de aglutinar a todos aquellos que le critican y resisten, sean o no partidos o políticos formales. López Obrador ha creado, de facto, la gran coalición en su contra.
Movimiento Ciudadano es la excepción que confirma la regla, al ser opositores de forma que en el fondo explotan esa etiqueta sin desgastarse en confrontar el amenazante poder de Morena.
En la campaña terminó de cuajar la argamasa de las dos alternativas en la boleta. Morena se ha decantado abiertamente por vigorizar su oferta del gran gobierno rector, que en su papel de vigía de los intereses del pueblo ha de centralizar todas las decisiones.
La alianza que promueve Claudia Sheinbaum es fiel a su origen universitario y a su filiación obradorista. En ejercicios de asambleísmo que tienen raíces en sus tiempos de la UNAM, en la campaña forjó su propio pacto con el pueblo, es decir, con la base obradorista.
A esas militancias la ex jefa de gobierno les prometió no solo más de lo mismo, sino recargar la política que hace de los apoyos generales y directos una reivindicación por añejas facturas que los gobiernos del pasado quedaron a deber a los más desfavorecidos.
Esas promesas se hacen sin reparar en los planteamientos que evidencian fallas en la dispersión de dinero si lo que se quiere es sacar a más, y más pronto, de la pobreza extrema. Esa política se aumentará porque es bien intencionada, así no sea óptima. Obradorismo puro.
Y es que la candidata de Morena no romperá el molde de su antecesor y líder. Su oferta ha sido llevar a un siguiente nivel la actual partitura y no solo en la política social, sino sobre todo en el rol que ha de tener la presidencia en toda la vida pública.
En la campaña, Sheinbaum ha desdeñado el sistema de contrapesos. Es honesta cuando dice que, en lugar de ello, cree en lo que decida el pueblo de México. Y si gana entenderá su mandato en esa línea: el electorado habrá pedido que ella decida unipersonalmente.
Sheinbaum asumirá que la República es una dependencia del Ejecutivo. Ella y su grupo técnico despanzurrarán todo el orden legal y normativo para, con la promesa de simplificarlo y hacerlo eficiente, dictar una nueva manera de hacer todo. La ley será la ley a condición de que haya sido intervenida por ellos.
La campaña fue el ensayo de su estilo personal de gobernar. Inconmovible, no aceptará en público la gravedad de que regiones, caminos y mercados estén capturados por el crimen, ni los riesgos del militarismo, ni —qué duda cabe— el despilfarro y la corrupción del actual gobierno.
Elegirla supone, en pocas palabras, dar carpetazo a las acciones de todo un grupo que con impunidad ensayó sus prejuicios ideológicos, por órdenes o motu proprio, en abasto médico, calidad educativa, producción en varios campos económicos y obras faraónicas.
Supone fundamentalmente que todo el poder se concentre en una sola de las ramas del gobierno. En una sola.
En sentido contrario, la candidatura de Xóchitl Gálvez exhibió puntualmente la desarticulación de las y los opositores, el oportunismo de no pocos de ellos, lo chato de sus liderazgos y la extraña fe de que amparados en una sola persona sacarían a la oposición del atolladero.
Votar por Gálvez supone asumir que ella podría hacer el milagro de meter en la botella a duendes como Alejandro Alito Moreno y Marko Cortés, los líderes nacionales del PRI y el PAN que como políticos están muy lejanos de la estatura que demanda el momento. Muy.
Xóchitl Gálvez se tomó en serio el reto de la candidatura presidencial y puso en él todo cuanto tenía. Ha pagado personal y familiarmente las soeces jugadas de adversarios que tienen la osadía de decirse honestos y asumirse del lado correcto de la historia.
Quedará para la crónica de las infamias electorales que quienes se decían decenas de puntos arriba en las encuestas tuvieran la bajeza de filtrar videos de un joven que cometía errores propios de la falta de madurez. Exhibieron su rastrero nivel político, no al hijo de Gálvez.
La resistencia de Gálvez frente a ataques que pretendían manchar su carrera empresarial y política demuestra que era la única candidata que preocupaba en Morena y la única persona que en el frente, donde tantos se han quedado a gusto en casa, se atrevió a jugarse el físico.
Sobran opositores de cubículo o de mesas de tertulia. Falta gente comprometida como la exalcaldesa de Miguel Hidalgo, que se asumió el mascarón de proa del buque lanzado contra el mercurial poder de Andrés Manuel, a quien enfrentó aun a sabiendas de que una tripulación compuesta por PRI y PAN la hacía vulnerable.
La oposición propone a los mexicanos, en pocas palabras, un gobierno dividido, o mejor dicho, compartido. No es la oferta más sexi para una nación con arraigada cultura presidencialista, con nostalgia permanente del hombre/mujer fuerte que le sujete y mande.
En sus discursos y participaciones públicas, Gálvez dejó claras tanto fortalezas como debilidades. Su tesón, energía, compromiso y, aunque a veces la meta en problemas, su franqueza están a la vista. Lo segundo también: no tiene oficio político y está cercada por lobos.
Dicho de otra forma. Su gobierno tendría la oferta correcta: división de poderes, diálogo entre distintos, órganos autónomos que regulen desde transparencia hasta competencia, mercados sujetos a reglas claras y menos, mucho menos, protagonismo de Palacio Nacional.
En suma, una plataforma ideal para reparar el desbarajuste de hoy. Empero, la persona cuenta y la buena intención no basta. ¿Su campaña prefigura una presidencia de rala capacidad de convocatoria, de inverosímiles errores, de zigzagueos desquiciantes? ¿Convocará tecnócratas que al atesorar índices desprecien a las personas?
Orden indolente, Ejecutivo ensimismado, condescendencia academicista, y un grupo guiado por la filosofía de que con el movimiento (líder vitalicio incluido), todo; fuera del movimiento, nada.
O un amasijo de intenciones liberales agrupadas en esa chirriante triada de tufo derechista —verdad, libertad y vida— y guiadas por la idea de un gobierno de headhunters que tan malos recuerdos dejó en la primera alternancia.
Tales parecen los dos únicos panoramas en una boleta maniquea: para unos, el único voto correcto es apoyar a un movimiento que busca galvanizarse para hacerse irreversible; para los otros, ese intento es el mayor de los peligros democráticos en décadas.
Y todo ello sin contar que, en la campaña, los ingentes problemas de la falta de desarrollo energético, la ralentización de la economía, la sequía, la amenaza Trump, las deficiencias en salud que están matando a los mexicanos y la pérdida de control territorial a manos de los delincuentes apenas si fueron lo central de la elección que marcará la ruta a partir de 2024.