Se van Muñoz Ledo y toda una era de la política mexicana
La muerte del político de izquierda representa el final de una curiosa y muy mexicana trayectoria caracterizada por los volantazos, sí, pero también por una forma de habitar la política que se extingue junto con él
La muerte de Porfirio Muñoz Ledo (1933-2023) representa el final de una curiosa y muy mexicana trayectoria caracterizada por los volantazos, sí, pero también por una forma de habitar la política que se extingue (o casi) junto con él. Su retórica, muchas veces ampulosa y engolada, podía parecer obsoleta y de otro tiempo, pero también daba cuenta de que, al contrario que la práctica totalidad de los actuales líderes del país, Muñoz Ledo tenía inquietudes intelectuales y muchas horas de vuelo en el pensamiento y la lectura. Fue un diplomático y un legislador profesional, actividades ambas que hoy se encuentran en decadencia en el país. El servicio exterior y las cámaras estatales y federales están prácticamente copadas, hace años, por porros. Políticos sin preparación para las relaciones exteriores, en una mano, y esbirros que se limitan a levantar el dedo y a perpetrar toda clase de horrores legales que terminan descartados por la Suprema Corte, en la otra.
Muñoz Ledo nunca tuvo el tipo de carisma que enamora a las masas. Lo sabía y por eso siempre fue funcionario designado y legislador plurinominal. Más de una vez coqueteó con la idea de lanzarse como candidato a la presidencia, pero siempre terminó pactando con alguno mejor posicionado. Lo de saltar de los barcos se le daba bien. Militó en cinco partidos políticos y fue líder en dos de ellos (PRI y PRD). Del PRI salió de manera intencionadamente épica, junto a Cuahutémoc Cárdenas, para formar el Frente Democrático Nacional, que cimbró al país en las elecciones de 1988. De esa lucha surgió el PRD, que también encabezó y del que se fue en 1999, justo porque no se le dio opción de ser candidato presidencial (bajo esas siglas había contendido sin éxito para ser gobernador de Guanajuato en 1991, pero también fue el primer presidente de la Cámara de Diputados que formaba parte de la oposición en la historia moderna de México). Se fue al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), un instituto que era poco más que un cascarón y que le ofreció la deseada candidatura. No despegó y terminó pactando con el panista Vicente Fox, a favor del cual declinó. Lo premiaron con algunos cargos de segundo orden que no lo dejaron satisfecho.
En 2006 apoyó el primer intento de ser elegido presidente de Andrés Manuel López Obrador y se afilió al Partido del Trabajo, otro cascarón, en el cual deambuló hasta que se sumó a Morena en 2018, cuando López Obrador al fin logró ganar las elecciones. Volvió a ser presidente de la Cámara y le colocó la banda presidencial en el pecho al flamante mandatario. Pero a los pocos meses ya estaba irritado con el devenir del Gobierno y se distanció del poder (aunque el presidente mostró públicamente su pesar por el fallecimiento, varios de sus personeros y seguidores oficiosos saltaron a moler a Muñoz Ledo en las redes, acusándolo de traidor, que en el diccionario del culto a la personalidad que es el obradorismo es la más espantosa palabra posible).
Quienes trataron de cerca a Muñoz Ledo hablan de un político negociador (otra virtud en desuso) a pesar de su carácter desbordado, de un bohemio involucrado en todo tipo de incidentes y líos (todo mundo en el medio tiene alguna anécdota que lo involucra), de un político obsesionado con la democracia como idea. Oír hablar en público a Muñoz Ledo, era sabido, equivalía a terminar oyendo un discurso sobre la eternamente postergada reforma del Estado y sobre la conveniencia de transitar hacia un sistema parlamentario y dejar el presidencialismo. La palabra "República" no se le caía de los labios.
Se va el hombre, aunque su época hace tiempo que se había ido. Y quizá aquí convenga recordar aquello que dijo el socarrón de HL Mencken: "Ya no hay políticos como él, pero, desgraciadamente, aún quedan muchos otros políticos por ahí".