Columnas - Eric Valdez Gómez

Vivir para servir

  • Por: ERIC VALDEZ GÓMEZ
  • 30 ABRIL 2025
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Vivir para servir

Servicio público significa servir al pueblo.

Tan simple como su definición, pero tan complejo como su ejercicio. Aunque la palabra lo dice todo, hay quienes han sido electos, nombrados o perciben un ingreso por desempeñarlo, y aún así actúan como si no lo entendieran, como si la función pública fuera un mérito, no una responsabilidad. Un privilegio, no una obligación.

Servir, en su origen, implica utilidad. Es una acción que no se justifica en el cargo, sino en la entrega. Y en política, los que no sirven para servir, no sirven para estar.

Hoy más que nunca, el centro del debate y de la discusión pública debería ser uno solo: el pueblo. No los partidos, no los intereses particulares, no los equilibrios internos de poder. El único mandato legítimo que respalda a quien ejerce una función pública es el interés común, no los proyectos personales ni las ambiciones de grupo.

Desde la comunicación política, se intenta construir narrativas de legitimidad, de cercanía y de eficacia. Pero es prácticamente imposible sostener una imagen pública sólida si el fondo no respalda la forma. La autenticidad no se fabrica. Se comunica desde la congruencia.

Quienes construyen y proyectan la imagen pública saben que su tarea es potenciar los atributos y contener las debilidades. Pero siempre bajo una lógica: que el interés personal nunca esté por encima del interés público. Y para eso, no hay manera de ver la vida pública lejos de la gente. Servir exige salir del escritorio, escuchar, conectar y actuar.

No es una cuestión de estrategia, es de esencia. Como nos recuerda la raíz misma de las palabras: "Servir" proviene del latín servitium, que significa estar al servicio de otro, y "público" de populus, el pueblo. Es decir, servicio público significa, literalmente, ponerse al servicio del pueblo.

Y eso solo puede hacerse con vocación de servicio. Esa que no se hereda, no se imposta y no se simula. Porque cuando hay vocación, el discurso se alinea con la acción. Pero cuando no la hay, el discurso se convierte en disfraz.

Como dice una frase repetida hasta el cansancio y que muchos conocen pero pocos aplican: "El que no vive para servir, no sirve para vivir." 

Se le ha atribuido a varios personajes, pero en el fondo, no importa quién la dijo, sino quién la vive.

Porque los que no son útiles al pueblo, son inútiles para el servicio público. Y eso, por más adornado que se diga en un discurso, siempre se nota. 

Al final, es muy fácil anticipar los resultados de unos y de otros, simplemente observando para quién y para qué están verdaderamente trabajando.

El autor es consultor en Comunicación Política 


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