La Dalia Negra: autopsia feminista de Los Ángeles
El crimen de Elizabeth Short en 1947 obsesionó a la ciudad meca del cine. Beatriz García Guirado resignifica esta muerte y explora todas sus posibles derivadas
Escena del crimen de Elizabeth Short, conocida como La Dalia Negra, en enero de 1947.
Antes de ser una ciudad, Los Ángeles fue una idea. Quizá un mito. Tal vez una ilusión. Así la han descrito sus hijos y amantes. LA: la proyección del sueño americano. Un paraíso capitalista con misa, jardín y barbacoa para ricos blancos. El paradigma de cómo el sueño de unos obliga a la pesadilla de otros. Una ciudad fantasmagórica donde la muerte trágica asegura vida eterna. Sobre todo: la constatación de cómo la historia de un lugar es la fantasía sobre ese lugar. Y si hay una alucinación necrófila que ha sacudido a Los Ángeles en el último siglo, es la muerte de una chica que en el invierno de 1947 apareció mutilada en la ciudad.
Se llamaba Elizabeth Short. Tenía 22 años.
Pronto la llamaron la Dalia Negra por su cara blanquecina de maquillaje y la ropa negra que vestía. Enseguida vampirizaron su historia periodistas del Herald y el Examiner dignos de Primera Plana. Más adelante lo hicieron escritores, cineastas, músicos, pintores, turoperadores del necromarketing, el Museo de la Muerte de LA y hasta el hotel Biltmore, por el que Elizabeth pasó, y que hoy vende muy caras las copas Black Dahlia para aquellos que persiguen el espíritu que se pasea entre las plantas 10ª y 11ª del edificio. Todo de locos. Rápidamente brotaron mil teorías sobre este crimen no resuelto que tenía, cuatro años después, 316 sospechosos y 28 confesiones falsas. La fantasía se desbocó en el reino de Hollywood. Quién, por qué; showtime.
Ahora ha venido la escritora Beatriz García Guirado (Barcelona, 42 años) para girar la lupa, resignificar la muerte de Elizabeth Short, dejar de canibalizar a la chica muerta favorita de todos y (el gran acierto del libro), practicar una autopsia a la sociedad patriarcal que ha moldeado una mitomanía capaz de cosificar a una víctima y convertirla en una macabra industria. Justo eso es lo que nos interpela en esta época enfebrecida por el true crime y todavía asaetada por los feminicidios.
Es cierto que el tema puede parecer lejano y demasiado concreto, y que a veces se hace difícil absorber todas las teorías expuestas sobre el crimen. Sin embargo, una virtud se impone en este libro tan poco español que enriquece la no ficción escrita en España: el gran oficio que demuestra la autora. Su escritura engancha. Mantiene la tensión. Brilla en el humor. Maneja la anécdota con maestría. Domina el trallazo aforístico. Empuña el pincel impresionista en la descripción de sus pasos por Los Ángeles. Sabe abrir y cerrar los fragmentos. Divide poéticamente los párrafos. Escribe ligero, cava hondo. Arriesga con el yo al hablar de la regla que le baja o el diazepam que se toma. Trabaja mucho: patea, pregunta, lee. Levanta una estructura inteligente y eficaz que intercala cartas y teorías del crimen en un continuum sin páginas en blanco. Y luego escribe. Y abre el foco.
Es ahí donde la historia gana.
Cuando aborda la fascinación fetichista del movimiento surrealista por las mujeres mutiladas ("¿Sueñan los surrealistas con maniquíes violados"?). Cuando trata los circos de rarezas humanas y sus mujeres mutiladas: Violetta, la mujer torso; Christina, la pianista sin brazos; Sally Bauer, "la medio chica de América" sin piernas. O cuando cuenta, a ráfagas, historias paralelas a su río principal: la madama más famosa de Hollywood, la pelirroja Brenda Allen, y su harén de 114 prostitutas; la involución del aborto en Estados Unidos con redadas a clínicas abortistas; las mutilaciones de soldados americanos en la Gran Guerra; la perversión del lustmord (crimen sexual motivado por una lujuria cruel) que en Weimar atraía a Otto Dix o George Grosz. Y Man Ray, Botticcelli, William Blake y Duchamp. Y el marqués de Sade, Charles Manson, Tarantino y James Ellroy. Y el KKK, la Mafia y el poder del LA Times. Y Cary Grant, Gary Cooper, Clark Gable y el Minotauro de Teseo.
Mil meandros interesantes rodean el objeto de este artefacto literario nacido de la obsesión por esa chica muerta vista a la vez como virgen y como puta. Blancanieves con liguero. La idea; la ilusión.
El subrayador va marcando frases. Ahí van tres: "En la era de la interpretación, cualquier pequeña modificación del presente altera sin remedio el pasado". "La mitificación es una forma de borrado: el mito de la Dalia Negra saca de la ecuación a Elizabeth Short". "No fue la novia de América, sino su desahogo".
Este libro es una extravagancia. Qué agradable sorpresa García Guirado.