Machos beta: la cultura que nace de las cenizas de la vieja masculinidad
Tras el derrumbe de los viejos modelos, hombres sin brújula ponen palabras a su deseo, su culpa y su vulnerabilidad en una estimulante nueva hornada de libros, películas y series
En la serie Machos Alfa, de izquierda a derecha, los actores Gorka Otxoa, Fele Martínez, Raúl Tejón y Fernando Gil.
Hay obras que son inimaginables incluso meses antes de su publicación. Y, seguramente, nada justifica más la novedad editorial que ponerle lupa a la realidad para encontrar en ella detalles que antes no existían. Es una sensación que vertebra Teoria del joc, último Premi Llibres Anagrama de Novel·la, de Arià Paco. "Las chicas compartían el peso de las decisiones, el deseo, la culpa, los límites (...) y traficaban con el umbral del deseo y del juego que se podían permitir, pero la novela del amor masculino era una novela secreta, y él no la hablaba con nadie, porque, ¿quién era ese interlocutor al que decirle: quizá sea lo peor de mí, quizá sea lo mejor de mí?", escribe el autor. Su libro figura en los confines de una obsesión que, hasta ahora, casi siempre había sido materia de escritoras: la reflexión sobre el deseo, de Marguerite Duras a Chris Kraus, pasando por Elfriede Jelinek. Además, el libro logra lo que logra mediante un costumbrismo filosófico que refleja la actual carnavalización de géneros: un escenario en el que ellos asumen rasgos históricamente asociados a lo femenino —vulnerabilidad, empatía, ternura...— y viceversa. E incluso si en lo sustancial nada ha cambiado, ellas se saben más escuchadas, y nosotros albergamos más miedos que nunca.
En la azotea de su hotel en Barcelona, el escritor Fidel Moreno le pone palabras a este cambio en la temperatura cultural. "Durante mucho tiempo hubo una carencia enorme de voces femeninas, a lo que ha seguido una emergencia de autoras imprescindibles. La industria ha dado muchos relatos de mujeres empoderadas o víctimas, pero yo echaba de menos leer cómo los hombres nos contamos en medio de todo esto", explica. Moreno es autor de Mejor que muerto (Random House), novela que gravita en torno a la crisis de la masculinidad, y que pone de manifiesto que pocos estresores hay como la propia condición masculina. También su libro es una muestra con que explicar el temblor que recorre la cultura de hoy, en la que muchos creadores hombres tratan de volver a narrarse a sí mismos, ahora bajo la influencia de otras mujeres. Además de Moreno y Paco, ahí están escritores como Enric Pardo, José Henrique Bortoluci o Jonathan Arribas, y cineastas como Dag Johan Haugerud, Ashley Way o Luca Guadagnino. En torno a todos ellos, una pregunta: ¿de qué hablan los hombres cuando nada los juzga?
Si uno pudiera agarrar a los grandes maestros del teatro nórdico —Ibsen, Strindberg y Bergman— y dejarlos caer, un poco como el muñequito de Google Maps, en una sociedad de hombres huérfanos de referentes, lo que escribirían sería algo parecido a Sex, la película del ganador del Oso de Oro 2025. Dirigida por Dag Johan Haugerud, Sex narra la historia de un hombre heterosexual que se dedica a limpiar chimeneas, y que un día tiene sexo casual con un cliente. Su confesión, claro, levanta un tsunami. ¿Puede su matrimonio superar una noticia así? ¿Qué clase de adulterio es ese? ¿Sí funciona el deseo de los hombres heterosexuales como creíamos que funcionaba? Los hombres no somos lo que los hombres nos contamos a nosotros mismos que somos. Tal es uno de los mantras que enhebran toda esta nueva producción creativa, cultivada en las propias cenizas de la psique masculina.
Sin salir del triángulo cine-hombres-sexo, en Hombres duros, Ashley Way aborda el nacimiento de la Viagra. Su película es una vuelta en espiral a la siguiente cuestión: ¿la impotencia de un hombre se debe a que está deprimido, o está deprimido a causa de la impotencia? Como en buena parte de los capítulos de la serie Machos alfa (Netflix), la escenificación de un grupo de amigos heterosexuales enunciando lo que siempre fue tabú —la impotencia, la precariedad, la vulnerabilidad...— constituye una novedad. Y eso, aun teniendo en cuenta que parte de la historia de la novela moderna, pero también del cine, no es otra cosa que la historia de la doble moral: lo que se supone que debemos ser frente a lo que no podemos dejar de ser.
A propósito, leemos en Dick o la tristeza del sexo, la última novela de Kiko Amat: "Nadie te decía qué hacer cuando nadie te deseaba, ni te desearía jamás". Da igual si su libro, publicado a comienzos de año, chisporrotea bajo el rótulo de realismo sucio: su lectura no deja un sabor a colillas de cigarrillo ni posos de malta. Más bien se parece a darle un bocado a la tarta de fresa de un cumpleaños infantil al que nadie asistió. Allí, solo la dulzura del personaje iguala la tristeza de su circunstancia. Protagonizada por Franki Prats, la novela es un viaje en el tiovivo de la mente hipererotizada de un adolescente. ¿Su tema? El desdeseo. O, lo que es igual: el rechazo; la invisibilidad ante el sujeto amado. Si en librerías hubiese anaqueles para la obra de autoras influidas por la tradición sáfica, Dick se situaría en el extremo opuesto. Pero no solo eso. Al comparar este libro con otras obras magnas del priapismo literario (piénsese en El lamento de Portnoy, de Philip Roth), la diferencia es sustancial: si la personalidad de Portnoy se volvía grande con su inflamación, la de Prats se achica. Y he aquí otra de las grandes diferencias de esta nueva literatura masculina, que es que el hombre se empieza a ver a sí mismo del tamaño de un grano de mostaza.
En una cafetería del barrio barcelonés de Sant Andreu, el escritor y guionista Enric Pardo cuenta que los primeros borradores de su última obra nacieron en castellano. "Hasta que vi que no tenía sentido: mi madre me hablaba en valenciano, y así es como el libro debía sonar", dice. El resultado es L´home de la casa (La Magrana), una historia cuyo estilo bebe de la literatura de Vivian Gornick, y que narra, desde la perspectiva de un niño, una historia familiar caracterizada por la ausencia del padre. "En mi casa vivíamos mi padre, mi madre y mi hermana María, pero ya no", escribe en el libro. L´home de la casa problematiza el que tal vez sea el tema más masculino de la historia literaria: la relación de un hombre con su propio padre, y todas las tensiones, silencios y malentendidos que envuelven su conversación.
Casi como si se tratara de una enmienda a Freud, cuyas obran guían una y otra vez a la relación con la madre como elemento perturbador de la propia vida psíquica, son varias las novedades editoriales que coinciden en nombrar la relación con el padre como un asunto que merece revisarse. Además de la de Pardo, hay novelas como La tos, de Alberto Otto (Caballo de Troya); y no ficciones como Mi padre alemán, de Ricardo Dudda (Libros del Asteroide) o Lo que es mío, de José Henrique Bortoluci (Random House). Inspirado por dos ganadoras del Nobel, Svetlana Alexievich y Annie Ernaux, el brasileño Bortoluci rescata la memoria de su padre, camionero durante medio siglo, para declarar un amor filial único, pero también para revelar unas diferencias generacionales que, en lo relativo a la vida pero también al trabajo, a ratos parecen insalvables. "Mi padre", escribe en Lo que es mío, "cuenta su vida como una vida de trabajo. (...) Es el trabajo el que da forma al tiempo, delimita las diferentes etapas y define su lugar en el mundo".
Tres han sido los pilares a los que se ha asociado la escritura de mujeres: "La búsqueda del yo, la narración de la historia de una forma intimista y cercana y la escritura de una literatura de compromiso y complicidad con las demás mujeres". Así lo recordaba en su libro Literatura y psicoanálisis la escritora Lola López Mondéjar, y así lo leemos en la mayoría de las obras mencionadas. De la misma escuela del yo, la intimidad y la complicidad entre iguales bebe uno de los debuts del año: Vallesordo (Libros del Asteroide), de Jonathan Arribas. Como en la novela de Pardo, Vallesordo emplea el punto de vista de un niño, Nico, que elabora su narración a partir del encargo de la profesora de Lengua. "Nos dijo que teníamos que escribir una redacción sobre nuestro verano más importante". En el contexto de un pueblo de Zamora, se oyen ecos de toda la tradición de escritoras que trataron el tema de la memoria, y también aquí las mujeres de la familia ocupan un protagonismo especial. Aun siendo este el recuento del verano más importante en la vida de Nico, no todo brilla.
Impugnar la idea de la masculinidad desde lo propiamente masculino se parece un poco a intentar atrapar una sombra. Da la sensación de que siempre se escapa, de que se trata de una ilusión óptica, de que es algo imposible. Y mientras una parte de la cultura masculina intenta reexplicarse a sí misma, la industria del contenido en redes está huyendo en dirección opuesta, y lo hace, si cabe, aún más deprisa: es sabido que existe un algoritmo de hombres y otro de mujeres, cuya causa y consecuencia se basa en recalentar los lugares comunes asociados a cada género. En ese sentido, existe un espacio compartido entre el contenido que nos arrojan los algoritmos y toda la ola cultural de esa hombría en cenizas: la obsesión de los hombres por el trabajo o, por lo menos, por asegurar su rol proveedor en un capitalismo brutal. Un asunto, por cierto, tratado con singular maestría por varias cineastas.
En su último ensayo audiovisual, For Here Am I sitting in a Tin Can Far Above the World (2024), Gala Hernández López pone el foco en la psicología de las criptomonedas. Siguiendo sus investigaciones sobre la masculinidad que ya inició en su primera película, La mecánica de los fluidos, la cinta abunda sobre una filosofía del dinero que se basa en un estado de guerra permanente —todo o nada; ganar o perder— y que inevitablemente dispara la ansiedad a cimas inéditas. Como sea, esta relación entre la salud psíquica y el dinero no es única del mundo financiero. En Anatomía de una caída, de Justine Triet, el punto de partida es la muerte de un hombre que arrastra una depresión asociada a su declive profesional, y el cual, a su vez, ha sido superado por su esposa. Desde la comedia, una de las subtramas de Machos alfa sigue la crisis del personaje de Pedro Aguilar (Fernando Gil), despedido como directivo en una cadena de televisión y sustituido por una mujer. La acción coincide con el incipiente éxito como influencer de su pareja, Daniela Galván (María Hervás).
Con admirable lucidez, Luca Guadagnino expone en Rivales la fragilidad del ego masculino en el momento en que sus cimientos profesionales se tambalean. La historia parte del triángulo entre Patrick y Art (Josh O´Connor y Mike Faist), dos mejores amigos que son tenistas, y Tashi (Zendaya), que también lo es y que vendrá a romper la amistad entre los dos hombres al elegir como pareja romántica al mejor con la raqueta: nada como el hipercompetitivo mundo del tenis para revelar unas cuantas afirmaciones críticas de la masculinidad. En el subtexto de la cinta, Guadagnino parece transmitir varios mensajes. Primero, que a Tashi no le gusta ni Patrick ni Art: le gusta el tenis. Los dos personajes lo saben y por eso solo mediante el tenis pueden llegar a ella. Segundo, que a los hombres heterosexuales no les gusta tanto las mujeres, sino derrotar a otros hombres. Y tercero, que, dado que la psicología masculina entiende que el atractivo de un hombre está ligado a su realización profesional, la desorientación deportiva en la carrera de Art le conduce, finalmente, a la impotencia. Juego, set y partido.
Como un dron, una pregunta nos sobrevuela: ¿de verdad necesitamos una nueva cultura masculina? A menudo, la cultura se enfrenta al debate entre la imaginación y la representación: ¿deben las historias funcionar como espejo para el espectador o, al contrario, es preferible que abran la imaginación a nuevas realidades? Precisamente, si algo tienen en común estas obras es su voluntad de imaginar otros mundos y, a la vez, servir de referentes a una nueva sensibilidad compartida. ¿Recuerdan cuando Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, reivindicó la necesidad de recuperar la energía masculina a principios de año? Quizá todo esto sea eso. Y también todo lo contrario.