Domingo Cultural

La vida y legado de Robert Johnson: Una historia única

Una novela gráfica especula sobre la vida cotidiana del más legendario de los bluesmen del delta del Mississippi, fallecido en 1938 e ignorado hasta los años sesenta
  • Por: Diego A. Manrique
  • 06 / Abril / 2025 - 01:23 p.m.
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La vida y legado de Robert Johnson: Una historia única

Ilustración del libro Los últimos días de Robert Johnson, de Frantz Duchazeau.

Robert Johnson es una bicoca para los fabuladores, tanto aficionados como profesionales. Su vida se asemeja a una pizarra mal borrada, donde intuimos los rastros de lo que allí se ha escrito anteriormente, sean fantasías calenturientas o datos contrastados. Ecos caprichosos del bluesman aparecen en series, en películas de los hermanos Coen o Walter Hill, en novelas de Elmore Leonard o Sherman Alexie y, claro, también en cómics.

La reciente novela gráfica Los últimos días de Robert Johnson yuxtapone dos trayectos imaginarios: el músico se desplaza por etapas hacia Nueva York para una audición mientras dos caballeros blancos le buscan por el Sur para que participe en un concierto didáctico en el Carnegie Hall neoyorquino, luego inmortalizado como From Spirituals to Swing (entre paréntesis, un evento a beneficio del bando republicano de la Guerra Civil española). De pasada, el dibujante y guionista Frantz Duchazeau especula sobre su infancia, su carisma para atraer mujeres, el miedo a los linchamientos, una misteriosa enfermedad. El francés evita —¡aplausos!— la leyenda del pacto con el diablo y su posible asesinato por un marido celoso, tópicos que no dejan de circular, haciendo una bola fantástica de la que se desprenden afirmaciones como que fue el padre del rock o el abuelo del black metal (¡!).

Es fácil entender el gancho sentimental del mito. En 1961, Bob Dylan tuvo acceso a un adelanto del elepé King of the Delta Blues Singers, la primera recopilación de grabaciones de Johnson, y se sintió arrebatado; luego, un colega erudito, Dave Van Ronk, le hizo ver que aquellas canciones punzantes tenían muchos antecedentes. Estaba en lo cierto: Johnson fue un bluesman rural relativamente tardío —grabó en 1936 y 1937— que sintetizó hallazgos de artistas anteriores como Kokomo Arnold, Lonnie Johnson o Leroy Carr.

Aunque nunca tuvo un mánager ni llegó a cantar con amplificación, era todo un profesional. Y obediente: su discográfica, Vocalion Records, insistió en que grabara blues, música que tenía un público respetable, mayormente femenino. Pero resulta improbable que ese repertorio hondo fuera el único que tocaba en las plantaciones o en los juke joints, los tugurios para gente del campo donde se ganaba la vida. Robert contaba con temas rápidos —'They´re Red Hot´, ´Stop Breaking Down´- que invitaban a bailar. Según su compañero de andanzas, Johnny Shines, gozaba de la habilidad de aprender rápido canciones que sonaban en la radio, lo que incluía caramelitos del Tin Pan Alley neoyorquino o los yodels de Jimmie Rodgers.

Seguramente hacía de todo: solo consiguió algo parecido a un éxito (regional) con ´Terraplane Blues´, que invocaba la mecánica de un coche para lamentarse de problemas sexuales con su pareja. Metáforas ingeniosas pero difíciles de asimilar en grandes emisoras. Lo fabuloso de la historia de Robert Johnson es que la construcción de su imagen y su verdadera popularidad ocurren tras su muerte, con la actividad de coleccionistas que, primero, acumularon sus once discos de 78 rpm, y luego se lanzaron a indagar en las zonas que el bluesman podía haber vivido.

Estos "detectives" gozaban de una aureola romántica, aunque su actividad tenía ambigüedades, como refleja Robert Crumb en algunas historietas. Iban también detrás de supervivientes, aptos para volver a grabar y actuar, y hallaron a Mississippi John Hurt, Skip James o Son House. Este último recordaba nítidamente a Robert Johnson y alentó la búsqueda. Hasta apareció su certificado de defunción, que complicaba la leyenda: se le describía como tocador de banjo y se atribuía su muerte a la sífilis.

Inicialmente, las investigaciones eran desinteresadas, sin más recompensa que el prestigio ganado en círculos de aficionados, la denominada blues mafia. Pero, en el caso de Johnson, al final del arcoíris se escondía una olla de oro. Las recopilaciones publicadas por CBS (dos volúmenes de King of the Delta Blues Singers), con buenas ventas, no generaban royalties, pero sus canciones, interpretadas por figuras como Eric Clapton o los Rolling Stones, acumulaban cuantiosos derechos de autor.

El cómic evita la leyenda del pacto con el diablo y sugiere una visión más realista sobre su vida

Mack McCormick, un empleado del censo en Houston, usó sus mañas laborales para seguir su pista por las localidades que mencionaba en sus canciones. Hasta que descubrió la pieza que le faltaba: Robert Johnson solía ser conocido allí como Robert Spencer, por el apellido de su padrastro. Supo de la existencia de un hijo ilegítimo, Claud. Uniendo cabos pudo localizar en 1972 a dos hermanas de Robert, que vivían en el Norte. Y logró ganarse su confianza: firmaron un documento en que permitían a McCormick usar su información en una futura biografía del bluesman. Pero no contó con la competencia. Al poco, las hermanas recibieron la visita de otro investigador, Stephen LaVere, con una oferta tentadora: compartirían al 50 % los dineros que pudiera arañar de las editoriales. Ellas aceptaron y, en señal de buena voluntad, le cedieron el Santo Grial: dos fotografías de Robert, que hasta entonces había sido representado con dibujos que no mostraban su cara.

McCornick entró en conflicto con LaVere: ya había escrito la biografía pero, naturalmente, necesitaba las fotos. La falta de entendimiento entre los expertos congeló el plan de la discográfica —que terminaría integrándose en el imperio Sony— para relanzar todo lo grabado por Johnson. Los nuevos propietarios optaron por pactar con LaVere y en 1990 publicaron The Complete Recordings, una caja que juntaba en dos CD las 29 canciones más 12 tomas alternativas. Estos descartes resultaban instructivos, ya que no se diferenciaban demasiado de las versiones oficiales, certificando la eficacia del artista y su preparación para que las interpretaciones duraran menos de tres minutos, máxima capacidad de una cara de un disco de 78 rpm.

Ante el asombro general, The Complete Recordings vendió más de un millón de copias, confirmando la potencia del mercado de la autenticidad y la difusión del mito del cantante maldito. Y eso que era de difícil escucha para oídos hechos a los instrumentos eléctricos y las grabaciones multipista. Pero relampagueaba su guitarra y conmovían los cambios de registro en su voz, evocando un universo de intensas relaciones amorosas y supersticiones nocturnas (no necesariamente compartidas por Robert).

Aquel éxito desquició al derrotado Mack McCormick, que se encastilló en su casa, convertida en un monumental archivo bautizado como El Monstruo. Reescribió la biografía, asegurando que existieron dos Robert Johnson en el blues de los años treinta. Uno, el nacido en Mississippi, al que habían rastreado todos los estudiosos. Otro, tejano y anónimo, era el responsable del legado discográfico, lo que explicaba que las grabaciones se hicieran en Dallas y San Antonio. Una tesis que contradecía los propios descubrimientos de McCormick durante sus años más fértiles. El hombre no necesitaba maldiciones de vudú a lo ´Hellbound On My Trail´: él mismo era su peor enemigo.


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